Seguimos discriminando a quienes padecen sida, pero podríamos ser los siguientes

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Shutterstock / ninaveter

Sandra Gómez Martínez, Universidad Internacional de Valencia

El día 1 de diciembre se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Sida. Este es un día en el que el mundo se une para apoyar a las personas que viven día a día afectadas por el VIH. Pero también para recordar a quienes tristemente han fallecido a lo largo de los años por enfermedades relacionadas con el sida.

Al hablar, como hemos hecho, de VIH y sida puede surgir una duda: ¿acaso se trata de sinónimos? ¿Podemos usar ambos términos indistintamente?

El problema de sufrir inmunodeficiencia

SIDA corresponde a las siglas de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Por su parte, VIH son las siglas del Virus de Inmunodeficiencia Humana, el patógeno que causa una infección transmisible por diversas vías entre humanos.

Los virus son seres (vivos o no, el debate existe), tan “básicos” que carecen de toda la maquinaria requerida para poder replicarse. Por ello se ven obligados a emplear la de quienes sí disponen de ella: las células.

Como otros muchos virus, el VIH emplea como hospedadoras a células que pertenecen a organismos pluricelulares, en este caso seres humanos. Pero algo que lo hace singular es que entre sus células objetivo se encuentran unas del sistema inmunológico, los linfocitos T CD4. Es decir, el sistema inmune (como respuesta a la infección) ataca al virus a la vez que le aloja y permite su replicación.

La enfermedad del sida se produce cuando los linfocitos T CD4, cuyos valores normales son de al menos 500 células por mililitro cúbico de sangre, descienden por debajo de 200. Es esta disminución del sistema inmunológico la que da nombre a la enfermedad: síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

Como consecuencia, y aunque el sida no es una enfermedad mortal en sí misma, sí deja a la persona que lo padece altamente expuesta a cualquier otra infección (vírica o bacteriana) o proceso patológico que podría provocar su muerte.

De enfermedad terminal a enfermedad crónica

Afortunadamente, los avances en el tratamiento antirretroviral han mejorado considerablemente la esperanza y calidad de vida de las personas con VIH, al disminuir la carga viral y aumentar el número de linfocitos T CD4. En muchos casos, incluso permite que no se llegue a padecer sida nunca o que se entre y se salga de esta condición.

De hecho, la mortalidad por sida se ha reducido en un 43 % desde el año 2010. Así, el VIH ha pasado de provocar una enfermedad terminal (sida) a convertirse en una infección crónica que sigue afectando a millones de personas.

Según datos de ONUSIDA, en el año 2020, 37,7 millones de personas vivían con VIH en el mundo, de las que 1,5 millones lo habían contraído ese mismo año. En España, según datos del Centro Nacional de Epidemiología, entre 2003 y 2019 se notificaron 56 748 nuevos diagnósticos de infección por VIH (2 698 solo en 2019).

¿Hay un perfil de enfermos de sida?

A principios de la década de los 80 del siglo pasado, tras el descubrimiento de esta infección, se intentó determinar un perfil de las personas que se infectaban. En aquel momento se le puso el sobrenombre de “la enfermedad de las cuatro H”: homosexuales, hemofílicos, heroinómanos y haitianos (por el diagnostico de ciudadanos de origen haitiano que no eran homosexuales, ni drogadictos y que tampoco recibieron transfusiones de sangre).

Hoy día se sabe que no existe un perfil concreto para la infección por VIH. Sencillamente se transmite a través de relaciones sexuales y de manera fortuita. Sin embargo, el estigma y la discriminación siguen existiendo a nivel social.

Recientemente el mundo se ha parado como consecuencia de la pandemia de covid-19. Y se ha evidenciado la falta de solidaridad y la discriminación por parte de la sociedad con las personas infectadas, con frases tan frecuentes como “no es un virus tan grave, solo mueren los viejos” y todas sus desafortunadas variantes.

Esta es una realidad que las personas que viven con VIH llevan sufriendo desde hace varias décadas, a pesar de que este virus no se trasmite por el aire y, por tanto, no infecta con tanta facilidad como el coronavirus.

Por ello, el lema que ha propuesto ONUSIDA para este día es “Poner fin a las desigualdades. Poner fin al sida. Poner fin a las pandemias”. Porque no existe todavía una vacuna para el VIH con la que acabar con la infección, pero sí es posible acabar con esa otra “plaga” que a veces es mucho más dañina: la del estigma y la discriminación.

Programas de educación sexual

Para su erradicación, además de la vacuna, cobra una gran importancia la concienciación y la prevención. En España, se han realizado diversos programas de prevención de temas relacionados con la salud. No obstante, los programas de educación sexual se han desarrollado débilmente.

Uno de los factores que ha propiciado esta falta de desarrollo es que muchos padres no están de acuerdo en ofrecer información sobre la sexualidad a los adolescentes porque consideran que los jóvenes son sexualmente promiscuos y suministrarles nuevos conocimientos aumentaría dicha promiscuidad.

No obstante, está demostrado que proporcionar información sobre cómo protegerse frente al VIH/Sida y otras Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) es necesario pero insuficiente. Las personas, para modificar su comportamiento, a la vez que conocimientos necesitan habilidades y entornos que favorezcan la reducción de su susceptibilidad y vulnerabilidad.

Al hilo de esto, distintos estudios muestran que los programas exitosos de educación en salud sexual y reproductiva ayudan a retardar el inicio de la actividad sexual, protegen a los adolescentes sexualmente activos del VIH y otras ITS y previenen embarazos no deseados.

Estos programas promocionan principios como la igualdad, la diversidad, la democracia y el respeto de los derechos humanos; y alternan técnicas informativas, actitudinales y comportamentales en el plano de la sexualidad.

Sin embargo, los resultados óptimos de estos programas de prevención no se aprecian en la detección precoz. En relación a esto, según el Centro Nacional de Epidemiología, el 45,9 % de las personas diagnosticadas de infección en 2019 presentaba diagnóstico tardío, a pesar de que la prueba de detección es gratuita y confidencial.

Quizá sea el momento de replantear esas campañas dado que ya no existe un perfil de riesgo claro. Porque, ¿por qué no te va a pasar a ti?The Conversation

Sandra Gómez Martínez, Coordinadora Grado en Psicología, Universidad Internacional de Valencia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.