Leer con devoción para escribir con corrección

Leer con devoción para escribir con corrección  ferias del libro

Shutterstock / Anna Zinchyn

María Pilar Úcar Ventura, Universidad Pontificia Comillas

Hagamos historia: algunas luces de esas que iluminaron el siglo XVIII debieron iluminar también a los académicos neoclásicos cuando la Ortografía de la Academia de 1741 supuso un compendio sistematizado que regulaba, como lo hace hoy, la normativa ortográfica del español, elaborada entre la RAE y las academias correspondientes en Latinoamérica. De ahí su consideración de ortografía panhispánica.

Con dicha compilación se pretendió, y se sigue pretendiendo hoy, fijar las voces y vocablos de la lengua castellana con toda su propiedad, elegancia y pureza. Su lema “Limpia, fija y da esplendor” continúa vigente en la actualidad.

Intelectuales de la talla del padre Benito Jerónimo Feijoó, Tomás de Iriarte, Melchor Gaspar de Jovellanos, José Cadalso o Leandro Fernández de Moratín, junto a importantes traductores como Alberto Lista y José Marchena, entre otras figuras de gran relevancia, se vieron muy comprometidos y especialmente vinculados con la academia.

Esta institución, según el artículo primero de sus estatutos, tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española, en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes. También que no se quiebre la unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico para conservar el genio y el alma propios del idioma –tal como ha ido consolidándose con el correr de los siglos– y establecer y difundir las normas y sus correcciones para contribuir a su esplendor.

“Pero si mi hijo lee…”

Es un lugar común escuchar: “Pero si mi hijo lee…”, como si la lectura fuera la panacea para la buena y “correcta” ortografía. Alguno de mis alumnos me ha llegado a espetar: “Pues Juan Ramón Jiménez escribía todo con jota”. Tal cual. Pero ocurre que no somos el poeta onubense.

Resulta difícil hacer que la propia naturaleza haga que unas personas lean y otras no. Incluso a que unas lean y también escriban de forma apasionada y artística y otras no. ¿Estamos entonces ante una disyuntiva fatalista? ¿Será que los hábitos familiares influyen en estos comportamientos? No… O no solo.

Gusta de leer el que ha leído. Pero ¿por qué ha leído? Acaso por predisposición. ¿Y qué podríamos hacer para despertar el placer de leer entre quienes no han leído ni se sienten atraídos por la lectura? Existe un solo camino, aunque no garantiza el éxito: es el camino de la disciplina espiritual, el de la educación de la inteligencia y de los sentimientos.

Si tenemos en cuenta los datos de la Federación del Gremio de Editores de España constatamos que el 31,5 % de los españoles no lee y que el porcentaje de lectores en 2019 alcanzó un 68,7% de la población. También es interesante saber qué lee la población que lee.

Poca lectura y escasa escritura

No son quimeras quijotescas las que vengo a proponer. Llevados por la utilidad pragmática, nos vemos abocados a la escasa lectura y poca escritura, académica y creativa, a pesar de que leyendo y escribiendo indagamos en los misterios del universo con una lengua que nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas.

Por eso, hay que leer. ¿Pero qué? Desde mi punto de vista, animo a leer de todo. Así lo ratifico en la universidad: desde un prospecto farmacéutico a la caja de dentífrico; desde el orden del día de la comunidad de vecinos a los panfletos del metro; desde el anuncio luminoso metropolitano hasta los faldones televisivos. Y, por supuesto, libros en cualquiera de sus formatos. Leer y escribir. Leer y escribir para compartir experiencias, opiniones, ideas, anhelos, miedos e ilusiones…

Porque con las lenguas, ortográficamente correctas, va todo un mundo de ideas, sentimientos, tradiciones, historia… cultura, en una palabra. El español actual, lengua de gran extensión geográfica, que mantiene la unidad sistemática –gracias a la ortografía– en la infinita variación de sus realizaciones, llega al siglo XXI fortalecida en la convivencia fecunda desde las Glosas Riojanas.

La importancia de la ortografía

Ahora bien, las palabras actuales adquieren significados y matices variables con lo que dan así origen a las tan frecuentes equivocaciones: el parapeto lo pone el escudo siempre protector de una ortografía garante de su sentido auténtico. La ortografía, pues, asegura una claridad de pensamiento, es decir, la estructura de una efectiva comunicación.

Hoy es muy frecuente sentirse obligado a responder a preguntas relativas a la ortografía: “¿Cuánto cuentan las faltas?” “¿Esto para qué sirve?” Son inquietud que plantean algunas personas próximas con las que charlamos y estudiantes poco proclives a la lengua, a la literatura, e incluso a la cultura.

Escribir con corrección asegura una claridad de ideas necesaria para cualquier acto comunicativo. Más allá de los avances técnicos que internet nos proporciona para no cometer errores ortográficos, la ortografía facilita la preservación unitaria de una lengua a cuya evolución han contribuido millones de hablantes y que debemos dominar.

Un mensaje sin faltas de ortografía ayuda al receptor a comprender su contenido y a evitar ambigüedades y distorsiones, y de ahí una mala interpretación de las intenciones escritas. La ortografía supone nuestra tarjeta de presentación al otro sea quien sea.

Dice mucho de nosotros, más allá del ámbito académico o profesional; no importa si nuestra área poco o nada tiene que ver con lo que se denomina “letras” frente a números o ciencias. El ser humano es sociable y, como tal, necesita relacionarse en sociedad. Por eso debemos prevenir los deslices ortográficos, reflexionar antes de expresarnos de forma escrita, tomar conciencia de nuestro pensamiento y hacerlo llegar “limpio” a los demás, sin ruido ni confusiones.

Por eso, cuidemos la ortografía. Leamos y escribamos. Leer, siempre leer. Para vivir.The Conversation

María Pilar Úcar Ventura, Profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Departamento de Traducción e Interpretación y Comunicación Multilingüe, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.