La breve Octava Sinfonía de Beethoven y la grandiosa Segunda de Mendelssohn el 4 de marzo en el Auditorio

Fundación Excelentia trae de nuevo al Orfeón Donostiarra para cantar el Himno de Alabanza sucesor del de la Alegría

Un nuevo dúo de genios y de grandes obras de la mano de Fundación Excelentia estarán presentes el próximo 4 de marzo de 2023 a las 19:30h. en el Auditorio Nacional de Música de Madrid con la habitual Orquesta Clásica Santa Cecilia y la presencia de honor del gran Orfeón Donostiarra bajo la dirección de Fuad Ibrahimov y con la soprano Anna Stylianaki y la mezzo Claudia Marchi. Todos ellos rendirán homenaje a Beethoven con su breve pero bella Sinfonía número 8 en Fa Mayor, op. 93 y a Mendelssohn y su espectacular Sinfonía nº 2 en si bemol mayor, op. 52, «Lobgesang».

En los años posteriores a la era de Beethoven, se desarrolló la idea de que sus sinfonías impares son de naturaleza seria y pesada, mientras que las pares son ligeras y algo intrascendentes. No todos están de acuerdo con la idea, pero, sin duda, si hay una obra que pone en duda esta creencia, es la Sinfonía n.° 8, ya que, si bien puede ser breve, enérgica y en clave mayor, es una de las obras maestras más maduras e inspiradas de Beethoven, aunque todavía estaba por estrenar su genial Sinfonía n.º 9, que en cierto modo dejó pequeñas a todas las anteriores.

Como ya hizo Beethoven conó las sinfonías Quinta y Sexta, tan diferentes en muchos aspectos, pero creadas más o menos al mismo tiempo, y estrenadas en el mismo concierto (con sus números y orden invertidos), también se unió la gestación de sus dos siguientes sinfonías, la Séptima y la Octava a fines de 1811, así como algunas de sus primeras interpretaciones.

El estado de ánimo de la Octava de ninguna manera refleja las condiciones de vida del compositor en el momento de su composición. Acababa de pelearse con un buen amigo, Malzel, y estaba deprimido por la enfermedad mortal de un hermano. De este estado de ánimo, y tal vez como una liberación de su agitación interior, surgió una obra de brillantez y buen humor. Cada movimiento está marcado por un grado de no convencionalidad. El primero establece el tono de toda la obra al proclamar en voz alta el tema sin el beneficio de una introducción o incluso un acorde de apertura. El segundo movimiento es el intento humorístico de Beethoven de enmendar su amistad con Malzel, inventor del metrónomo. Con monótona regularidad, la orquesta hace “tic-tac” a lo largo del movimiento mientras acompaña una tonada originalmente escrita como canon del texto “Ta-Ta-Ta, Lieber Malzel. El tercer movimiento es un minué vigoroso con un trío contrastante para dos trompas y clarinete.

Sin embargo, lo más destacado de la sinfonía es sin duda su final de siete minutos, Allegro vivace, que se encuentra entre los más intrigantes de los cierres de Beethoven. Tchaikovsky elogió el final como «una de las más grandes obras maestras sinfónicas de Beethoven». Es difícil no estar de acuerdo, porque la autoproclamada «pequeña» sinfonía en fa mayor de Beethoven era y sigue siendo un sutil y profundo golpe de genialidad; una admirable incorporación al extenso y brillante repertorio de Beethoven.

El Himno de Alabanza

El Lobgesang de Mendelssohn es, sin duda, la obra más grande de cualquier compositor alemán desde Beethoven. Es excelente en el plan, excelente en el desarrollo y magistral en los detalles. Y si durante un tiempo no fue interpretada y casi se debió en gran parte a las comparaciones desfavorables con la Novena de Beethoven y la gran parte vocal de la obra.

Hace unos 60 años, se revisó la enumeración de las sinfonías de Dvorák para abarcar las nueve en lugar de solo las cinco publicadas durante la vida del compositor, y también para reflejar la cronología real. Sin embargo, que esto se haya logrado para un compositor no significa que se pueda hacer o se vaya a hacer para otros. A nadie se le ocurriría intentar renumerar las ¡107 sinfonías de Haydn! en orden cronológico. Ni se ordenarán de nuevo las cuatro sinfonías de Robert Schumann, ni tampoco las cinco de Felix Mendelssohn.

La Sinfonía No.2 se llama Lobgesang –»Himno de Alabanza»– y más o menos amplifica la estructura de la Novena Sinfonía de Beethoven, que la precedió solo 16 años, al crear una sinfonía cuyos primeros tres movimientos siguen más o menos el trazado de la norma clásica y cuyo gigantesco final es el doble de largo que el coral de la Novena. Ha sido considerada en algunos sectores más como una gran cantata u oratorio, con una introducción orquestal extendida, que una sinfonía, y en otros como un gran antepasado de las canciones sinfónicas de Gustav Mahler.

Sin duda, el propio Mendelssohn, que la designó como una «cantata sinfónica», la concibió como algo grandioso. Lo compuso, en 1839-40, en respuesta a un encargo de la ciudad de Leipzig, en celebración del 400 aniversario de la invención de la imprenta por Gutenberg. Mendelssohn eligió sus textos de los Salmos, de pasajes del Nuevo Testamento y de un himnario del siglo XVII.

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