¿A qué llamamos ‘saludable’ en la escuela, y quién lo decide?

 

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Gustavo González Calvo, Universidad de Valladolid

Aunque en los últimos años se ha producido un incremento y una mejora en las políticas públicas en torno a la salud y el ejercicio físico, todavía queda mucho por hacer y por trabajar en el ámbito de los estilos de vida saludables.

La política actual deja clara su postura en torno al ámbito del deporte y del ejercicio físico –“deporte es igual a salud”–, pero lo cierto es que, a día de hoy, para muchas familias un simple bono de piscina sigue siendo un lujo que no se pueden permitir. Tampoco son habituales las medidas de conciliación laboral que permitan compaginar el tiempo de trabajo con el tiempo de ocio y familiar.

Es de destacar, también, cómo el ocio de las sociedades occidentales está ligado al consumo y a la clase social. Es sencillo comprobar cómo las formas de ocio familiar en las ciudades españolas están muy ligadas a los centros comerciales, y las recompensas y celebraciones suelen asociarse a la “comida rápida”.

Es cierto que la oferta de actividades infantiles y juveniles ha ido creciendo en los últimos tiempos –cada vez hay más oferta de talleres de teatro, lectura, deporte, museos–, pero de nuevo implican cierto coste económico y tiempo familiar del que no todo el mundo dispone. Las familias han de batallar con el aislamiento, el rendimiento y la autorrealización por medio del trabajo, procurando economizar el tiempo, lo que implica, indefectiblemente, dedicar menos tiempo a la familia.

¿Libertad de elegir?

Con todo ello, el sistema neoliberal parece estar conduciendo a una inmutable globalización y homogeneización de ideas, servicios y productos. Creemos que tenemos la libertad de elegir, pero tendemos hacia lo mismo: el consumo desmesurado y la conformidad con el sistema.

De este juego no escapan la salud, la educación y la actividad física. Estas son áreas donde grandes corporaciones –bancos, farmacéuticas, empresas de ropa, publicidad, agencias de seguros, franquicias deportivas– tienen mucho que ganar o que perder. La falta de pensamiento crítico y de autoconciencia nos dejan a merced de las fuerzas del mercado.

El papel de la escuela

Dentro del currículum escolar, es frecuente que la Educación Física se erija en adalid de la consecución de estilos de vida saludables. Hemos pasado de perseguir objetivos del ámbito motor a un enfoque más médico, hacia la prevención y tratamiento de la obesidad.

La prioridad ya no es adquirir y mejorar los patrones motrices de los estudiantes y aplicarlo en su vida cotidiana (ser lo suficientemente capaz como para, por ejemplo, saber realizar ejercicio físico de manera adecuada y saludable a lo largo de toda la vida); tampoco lo es la reflexión sobre los condicionantes que giran en torno al ejercicio físico y el deporte (aspectos relacionados con el elitismo deportivo, el sexismo, las discriminaciones corporales, entre otros).

Pero la tarea de los educadores físicos no debería limitarse a evitar el sobrepeso entre el alumnado. La educación en general, y la Educación Física en particular, no debería centrarse exclusivamente en los conocimientos técnicos, sino en formar ciudadanos que recuperen el diálogo y sus derechos democráticos.

El binomio salud obesidad

Los intereses que existen en torno a la salud y la Educación Física, aun con buenas intenciones, no son tan benignos como creen serlo. Es posible que este enfoque de salud/obesidad y Educación Física provoque un detrimento en la salud y el bienestar de niños y jóvenes, ya que se centra principalmente en la idea de que el cuerpo puede ser, efectivamente, convertido en una fuente de salud por medio de la educación en las escuelas. Este discurso lleva implícita la idea de que la sociedad está en riesgo de sucumbir ante la enfermedad de la obesidad.

En este sentido conviene considerar dos cosas. La primera de ellas es que, si bien la grasa puede considerarse una condición física/visceral, no sucede lo mismo con el “peso”, el “sobrepeso” y la “obesidad”. Cada uno de estos tres términos es una “arbitrariedad social”, construcciones medidas e ideadas por alguien (médicos, compañías de seguros, etc.) basándose en datos genéricos que no tienen por qué responder a realidades personales.

La segunda es que el término de peso ideal es muy cuestionable. Es un concepto asociado con una salud óptima y con la longevidad, pero la medida que se suele emplear –el índice de masa corporal– hace años que se considera poco válida.

No hay remedio sencillo

Lo cierto es que el incremento en la prevalencia de obesidad en niños y adolescentes es un hecho alarmante en las sociedades occidentales. Como no hay un remedio sencillo para prevenir y combatir este aumento en las tasas de obesidad, la prevención pasa por intervenir en las escuelas, tratando de que desde la Educación Física se persuada a los alumnos de llevar una vida más activa físicamente y una dieta baja en grasas.

La obesidad acaba reduciéndose a un asunto de “peso”, el producto de un estilo de vida poco activo y una alimentación poco saludable. Nuestra salud y bienestar económicos están amenazados por el aumento de la obesidad que lleva a estigmatizar a aquellas personas obesas o con sobrepeso, sin considerar las razones sociales, culturales y económicas que subyacen en torno al problema.

Publicidad, legislación y conciliación

Por otra parte, cada vez son más las empresas de alimentación y casas comerciales que copan el mercado publicitario con engañosos mensajes que influyen en los conocimientos, actitudes y comportamientos de la población infantil. Las revisiones sistemáticas de investigación han demostrado que la publicidad de alimentos poco saludables contribuye a la epidemia actual de obesidad.

Y, aunque ya son muchas las voces que, desde España, solicitan al Gobierno cambios en la legislación que impidan promocionar los alimentos poco saludables con reclamos dirigidos al público infantil, que posibiliten una mayor conciliación de la vida familiar y laboral, y que incrementen las actividades de ocio saludable en zonas rurales y de contextos socioeconómicos desfavorecidos, de momento las políticas españolas hacen oídos sordos a estas peticiones.

Como educadores, necesitamos ser capaces de buscar algo más que la “pérdida del peso” del alumnado. Tenemos que movernos por el deseo de construir en el alumno un sentido del control y de la autoestima y, al menos contemplar la idea de que se puede estar saludable con cualquier talla.The Conversation

Gustavo González Calvo, Didáctica de la Expresión Corporal, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.