Días de ocio y relax en Costa Rica

Días de ocio y relax en Costa Rica. Después de desayunar y hacer el check out en el hotel Montaña de Fuego Resort & Spa salimos pitando a Tamarindo, en la provincia de Guanacaste.

Días de relax y ocio nos esperaban, cuatro para ser exactos.

Las cinco horas en carretera nos condujeron al hotel de cuatro estrellas Occidental Tamarindo. Además de las habitaciones y la recepción, sus formidables instalaciones cuentan con un anfiteatro, una cancha de tenis, gimnasio y spa, parking, piscina, el Restaurante a la Carta y áreas de entretenimiento.

Al abrir la puerta de nuestra habitación… ¡Wow! Qué pasada. Era una fabulosa suite (dúplex). La primera planta se la adjudicó mi hijo Iván y yo me acomodé en la segunda. Arriba había una bañera de hidromasaje y una terraza con bonitas vistas.

El hotel Occidental Tamarindo tiene acceso a la playa Langosta en el Parque Nacional Marino las Baulas.

Playa Langosta -al sur de Tamarindo- está galardonada con la Bandera Azul Ecológica (BAE).

La comunidad atrae a jubilados de otros países (americanos, italianos…) Y a surfistas; los primeros se instalan en Tamarindo sucumbidos por su exotismo, los segundos van en busca de las idóneas condiciones para la práctica del surf.

¿Qué puedo contaros de la estancia que no podáis imaginar vosotros ya? Por la mañana, tras el desayuno, paseábamos más de dos horas plácidamente por la playa de arena blanca e íbamos “hasta el infinito y más allá”. Y al final de ese “más allá” Iván descubriría bancos de pececitos negros.

Tras la quema de calorías regresábamos al hotel para tomar un aperitivo con refrescos en la zona de la piscina. Y mientras Iván se divertía jugando al voleibol agua con otros residentes -jóvenes y adultos- yo descansaba en una de las tumbonas o me tostaba al sol.

Al atardecer, la puesta de sol nos dejaba obnubilados. Y antes de ducharnos y ataviarnos para ir a cenar nos sentábamos en la playa a charlar y contemplar las estrellas. Y mi pequeño -ahora hecho todo un hombre- me hablaba de cosas misteriosas acerca de las constelaciones del cosmos. También hablaríamos de una costumbre costarricense que consiste en echar sal a la cerveza. Y aprovechando que teníamos una Imperial, que es una cerveza de Costa Rica, hicimos el experimento y le echamos sal: si la cerveza, ya de por sí, no me convence demasiado, con sal menos aún.

(Aun no siendo cervecera he de decir que la cerveza Imperial sí me gustó).

Tras la cena nos dejábamos caer por el teatro, donde las trabajadas actuaciones del elenco de bailarines amenizan, noche tras noche, a los huéspedes del hotel Occidental Tamarindo.

Una noche cenamos en el Restaurante a la Carta (la cena fue obsequio del hotel puesto que es privado). Al terminar fuimos al anfiteatro.

Esa noche no hubo actuación sino concurso de karaoke. Yo canté dos canciones en castellano e Iván -a dúo con un chico alemán- cantó un famoso tema de la banda alemana de metal industrial Rammteins. Dios mío, cantar en Costa Rica una canción de los Rammteins no pega ni con cola ¡Pues les premiaron con una botella de vino a cada uno! Aquello había que celebrarlo. Y lo celebramos yendo a la discoteca para tomar unas copichuelas y mover el esqueleto a ritmos dispares.

Lo pasamos genial. Fueron días felices que quedarán guardados para siempre en nuestras mentes, y corazones.

ANIMALES POR DOQUIER; ADVERTENCIA Y CURIOSIDADES

Como ya dije en la segunda parte de los artículos dedicados a Costa Rica “los animales campan a sus anchas”. Y para dejar constancia al respecto narro así:

-En el hotel hay una norma que dice Prohibido alimentar a los animales. Bueno, pues yo y la mayoría de los huéspedes nos la saltábamos, y cuando aparecían las iguanas -que era cada dos por tres- les dábamos de comer de todo. Y en ese “de todo” entraba: trozos de piña, perritos calientes, pizza…

Las iguanas del hotel eran unas tragaldabas. Así pasaba, estaban más gordas que las estatuas de Botero. Haciendo experimentos eché en un envase de cartón ketchup, salsa de queso y gaseosa y se lo di a probar a una. Vaya tía, los lengüetazos que daba a la mezcolanza “made in Carolinuca”.

Viendo la voracidad de estas iguanas me puse a hablar “por señas” con una mujer anglosajona sobre ello. De pronto escuchamos un «psssss» y notamos como unas gotitas venidas del cielo nos salpicaban. A continuación se oyó un»plof».

En ese momento pasaba un guardia de seguridad del hotel:

-Recién aviso al personal de limpieza para que vengan a limpiar la porquería del mono-. Dijo.

-Pues ahora mismo se ha meado alguien también-. Le dije yo .-Y si no nos han cagado encima a esta mujer y a mí a sido de milagro.

Y nada, la mujer y yo nos miramos riéndonos, y yo pensé: natural como la vida misma.

-Un mediodía un pajarillo vino volando y cogió  de la mesa del bar snack un sobre de azúcar, y posándose en el suelo, comenzó a darle picotazos y se lo comió.  Nos quedamos…

-Una noche nos topamos con un par de mapaches, a los que confundí con gatos, je je je.

Remitiéndome a la tercera parte de estos artículos viajeros, PARQUE NACIONAL VOLCÁN ARENAL. COSTA RICA. AMÉRICA, recuerdo las palabras de advertencia de Roger, quien fuera nuestro guía y chófer:

-Si vais a la playa no llevéis nada porque los monos son unos ladrones y bajan en busca de comida. Y como se llevan todo, luego botan las cosas por ahí y quedan abandonadas en plena selva.

Y claro, a nosotros esto nos dio qué pensar.

-¿Te imaginas? En la jungla habrá carteras con documentos de identidad y billetes, o un apple-. Dijo mi hijo.

-O de las ramas de los árboles colgarán bolsos y cámaras fotográficas de marca-. Rematé yo.

VISITA AL PUEBLO DE TAMARINDO

Uno de los días, a primera hora de la tarde, Iván y yo salimos del complejo hotelero y nos fuimos andando por el arcén de la carretera hasta el pueblo de Tamarindo. Yendo sin prisa pero sin pausa la distancia ronda los 20 minutos.

A pocos metros del hotel vimos varios primates en las ramas de los árboles. E igual que sucediera en Tortuguero divisamos perezosos y termiteros.

El pueblo no tiene mucho que ver: mercadillos artesanales, algún que otro supermercado, tiendas de ropa y souvenirs donde destacan las máscaras y las coloridas tallas de aves y animales. La Plaza Marco, hospedajes y restaurantes; y la playa con una maravillosa puesta de sol.

Tras el paseíto -acompañados de primeras por las luces crepusculares- accedimos a la playa e hicimos el camino de regreso por la orilla.

La caminata por la playa es más larga que por la carretera, pero desde mi punto de vista es una gran opción. Si tú optas por esta opción recuerda llevar calzado apropiado que facilite ir por las innumerables zonas rocosas (y resbaladizas) que tiene la costa.

En mi caso, el retorno sorteando rocas -y a oscuras- fue más llevadero por ir acompañada de mi hijo. Y cuando mi temor a caer me hizo agarrarme a su brazo, buscando protección, escuché:

-Qué cobarde eres.

-No hijo, no es cobardía. Con los años se pierde valor-. Dije sin ánimo de excusarme-. Porque aunque parezca lo mismo, para nada lo es.

Entonces me dio consejos para sobrellevar situaciones adversas.

Cuando llegamos al hotel la noche nos cubría con un mágico manto estelar. Y sentados en la arena, al tiempo que oía el rumor del mar, escuché las historias que Iván me contaba acerca de los planes y sueños que tiene.

Y con la vista, ora puesta en la oscuridad del horizonte, ora puesta en la brillantez parpadeante del universo, mi mente se trasladó a episodios nocturnos de la infancia de mi hijo. Y pensé: todo es infinito; y cíclico. Porque antaño era yo quien le daba seguridad; era yo quien le contaba historias, en forma de cuentos infantiles, a la hora de dormir, mientras su tierna voz me interrumpía para decir:

-Pero léemelos con cariño-. (Y ese «pero léemelos con cariño» significaba que tenía que poner vocecitas a los personajes de fantasía).

Y así, con aquellos recuerdos sacados de un pasado no muy lejano, la palabra «vamos» me devolvió al presente, ignorando que el momento sería rescatado en un futuro.

Ahora que está escrito aquí, aún pudiéndose borrar algún día de mi memoria -cual ser inmortal- será inmune al paso del tiempo.

Y así, los cuatro días en Guanacaste pasaron; sin embargo las vacaciones no habrían de llegar a su fin.

Aún quedaba visitar la ciudad de San José.

Por Carolina Olivares Rodríguez.